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Acerca de nosotros

Menos de un siglo después de la fundación de nuestra orden religiosa, los jesuitas comenzaron a llegar a las costas de América.

Los jesuitas franceses exploraron las tierras forestales de Maine y celebraron en 1611 la primera misa conocida en suelo americano, en la boca del río Kennebec. Los jesuitas desembarcaron en  Maryland en 1634 y establecieron una misión allí. Más jesuitas franceses llegaron y navegaron en sus canoas por aguas inexploradas de los Grandes Lagos. Para la década de 1860, los hombres en túnicas negras también llegaron de España y establecieron iglesias y pueblos en el sudoeste de los Estados Unidos. A mediados de la década de 1800, los jesuitas comenzaron a dirigirse a pueblos de distintas culturas en Colorado, Montana y California.

Este período que se extiende hasta bien entrado el siglo XIX, por así decirlo, la fase del Lejano Oeste de los jesuitas en América. Fue una época en la que estos sacerdotes y hermanos exploraron las fronteras de la fe, pregonando la Buena Nueva a los indígenas americanos y los pioneros protestantes, y establecieron el primer colegio jesuita de los Estados Unidos en Georgetown en 1789. También fue una época de martirio, supresión y persecución.

Los jesuitas operaron por más de cien años en América bajo los auspicios de sus provincias nativas en Europa. Luego, en 1833, estos pioneros establecieron la Provincia de Maryland de los jesuitas; la primera en los Estados Unidos. Los colegios y universidades jesuitas entraron en un período de crecimiento explosivo mientras los jesuitas buscaban educar olas de inmigrantes. A principios de la década de 1900, las provincias e instituciones jesuitas se multiplicaron por todo el país.

Hoy, los jesuitas americanos y canadienses siguen explorando nuevas fronteras. Juntos con nuestros colaboradores laicos estamos fomentando diálogos con las creencias religiosas no cristianas para el desarrollo del mundo, por ejemplo, y abriendo escuelas secundarias en los barrios más necesitados de las zonas urbanas de América. La misión sigue siendo la misma de hace 400 años: acercar a las personas y las culturas al Dios viviente.