Los jesuitas pueden elegir ser sacerdotes o hermanos. Ambos grupos de hombres hacen los mismos votos y viven y rezan en una comunidad religiosa. Los sacerdotes son ordenados y administran los sacramentos y celebran la misa. Por su parte, los hermanos, aunque no se sienten llamados a la vida sacerdotal, participan plenamente en el trabajo de la Compañía de Jesús.
El hermano jesuita es un hombre llamado por Dios a la labor apostólica y misionera de la Iglesia. Es un hombre que consagra el trabajo de sus manos, todos sus talentos, toda su vida, al servicio de Dios y de su prójimo.
Cuando Ignacio y sus compañeros discernieron cómo vivirían su vocación, su experiencia estaba ya ligada al ejercicio del ministerio sacerdotal. Pero la necesaria movilidad para vivir la vocación llevó a Ignacio a aceptar en la Compañía a una diversidad de sacerdotes y hermanos para compartir la misma vocación y contribuir a la única misión. Todos los miembros son agraciados con la llamada a seguir a Jesús pobre y humilde.
La vocación del hermano es ser enviado a trabajar denodadamente en la ayuda a la salvación y perfección de las almas de los demás. Los hermanos participan y contribuyen a la única vocación apostólica por la llamada personal del Espíritu. Pueden desempeñar cualquier misión propia de la Compañía. Los hermanos están íntimamente implicados en todas las tareas apostólicas de la Compañía a través de las cuales se lleva a cabo esta misión.
Así, la primera y más importante contribución de un hermano es el don de sí mismo, ofrecido libremente en servicio al Señor.