Volverá a High School Jesuita Arrupe de Denver (donde hizo su magisterio) para servir como subdirector para la misión.
Licenciado en Periodismo y Español por la Universidad de Missouri; máster en Filosofía Social por la Universidad Loyola Chicago; máster en Divinidad por la Escuela Jesuita de Teología de la Universidad de Santa Clara.
En una homilía de un reciente retiro de renovación de votos, un sacerdote jesuita habló a mi comunidad sobre un amigo suyo laico, con el que puede ser sincero sobre sus frustraciones ocasionales con la Compañía de Jesús.
Inevitablemente, dijo el sacerdote, su amigo responderá: "Bueno, sois un grupo muy humano". El predicador se hizo eco de este punto: "Somos un grupo muy humano, y gracias a Dios". Lo que más me gusta de la Compañía de Jesús es nuestra humanidad. Es lo que más me impresionó cuando me uní al Alum Service Corps (ASC) y empecé a pasar mucho tiempo con jesuitas jóvenes y mayores. La humanidad de los jesuitas continuó impresionándome cuando llegué a conocer las comunidades jesuitas de San Luis, donde servía como voluntario del ASC. Recuerdo con cariño las liturgias sencillas pero reverentes que compartíamos en la acogedora capilla de la comunidad de St. Louis University High School (SLUH) o alrededor de una mesa de café en la sala de estar de la parroquia de St. Matthew.
Una noche, mientras cenábamos en la SLUH, la casa recibió una llamada telefónica para informarles de que un querido jesuita, el P. John Kavanaugh, había fallecido. Se hizo el silencio en el comedor. Era evidente que aquellos hombres querían a su hermano fallecido, y su tristeza era palpable. Otra noche, nos quedamos después de cenar para ver el partido de Notre Dame en el campeonato de fútbol americano universitario. Al cabo de unos minutos, me di cuenta de que el jesuita que ocupaba la silla de al lado - ¡nada menos que el presidente de mi colegio! - roncaba. Todo era tan humano, tan cercano, tan accesible, tan comprensible. Lo que hiciera a estos hombres "diferentes" -ya fuera su pobreza, su castidad, su obediencia, su sacerdocio- en realidad no los hacía tan diferentes. Les seguía gustando tomar una copa con la cena, seguían sintiendo dolor cuando fallecían sus seres queridos y sabían lo que era trabajar lo suficiente como para estar agotados y dormirse frente al televisor al final del día.