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Historias

Ignaciana todos los días es una serie mensual de Shannon K. Evans, escritora y madre de cinco hijos, que vive en Iowa, y que a través del lente de la espiritualidad ignaciana narra momentos de gracia en medio de su caótica vida diaria.

No hace mucho mi hijo de 10 años y yo pasamos la mañana ayudando a un amigo de la familia a plantar ajo en su granja. Hacía frío (el otoño tardío en el medio oeste suele serlo) y aunque el sol brillaba generosamente, la temperatura no estaba muy por encima del punto de congelación. Junto con media docena de amigos, mi hijo y yo nos arrodillamos en la tierra y hundimos los dientes de ajo en la tierra, uno por uno.

Estaba decidida a estar presente en la tarea que tenía entre manos, anhelando disfrutar del aire fresco y de la belleza de la creación en esa mañana apacible. Este amigo agricultor es en gran parte responsable de mi introducción en la espiritualidad ignaciana. A menudo nos ha explicado que plantar y cosechar es su forma de comprender el magis, el “más” del que hablaba San Ignacio: más amor y acción por Dios, que a su vez deviene en más amor y acción por los demás. Buscar el magis es buscar la mayor gloria de Dios.

No quería perder la oportunidad de experimentar algunos magis por mí misma, y estaba haciendo todo lo posible por gozar de las gracias del momento presente. El único problema era que me había olvidado de mis guantes. ¿Les dije que estaba helando?

Con las mangas de mi chaqueta cubriendo mis palmas, me sumergí en el trabajo rápidamente, esperando que la combinación del movimiento de mi cuerpo con el sol brillante fuera suficiente para darle calor a mis dedos expuestos. A mi lado, mi hijo hacía ruidos con alegría hablando sobre la flexibilidad del suelo y haciendo un millón de preguntas sobre el ajo para las que no tenía respuestas. Mientras tanto, mis dedos estaban entumecidos y adoloridos, y mi malhumor aumentaba.

Y entonces, aunque no enseguida, sentí esa agitación dentro de mí que he llegado a reconocer como un movimiento de Dios. Pide lo que necesitas. Pide un par de guantes.

Me doy cuenta de que suena obvio. Pero callar sobre mis necesidades y apretar los dientes para soportarlas ha sido uno de los patrones más consistentes de mi vida. Dejé a un lado mi necesidad de estar a solas y de ser cuidadosa como una madre. He ignorado mis necesidades espirituales y he buscado qué más podía «hacer» por Dios, como su discípula. Incluso me he olvidado de comer cuando hay mucho que hacer en un día determinado. Y ahora aquí estaba yo, pensando que me hundiría y trataría de sobrevivir a lo que, de otro modo, sería un momento profundamente vivificante para mí y para los demás.

La necesidad de recordatorios divinos para expresar mis propias necesidades es un tema recurrente en mi vida. Alguien más tendrá un viaje completamente diferente con distintas áreas de crecimiento. Pero las diferencias no son tan importantes como la esperanza de que cada uno de nosotros preste atención al funcionamiento interno de Dios en nuestros corazones.

Cuando nuestro amigo agricultor me contó sobre la experiencia del magis en el campo, probablemente no me imaginó pidiéndole guantes. Pero esa es la belleza de encontrar nuestra vida en Dios: el camino de una persona nunca se verá exactamente como el camino de otra, pero todos los senderos son igualmente válidos e importantes. En este día en particular, el magis se iba a aparecer ante mí pidiendo prestados un par de guantes, porque eso era lo que necesitaba para estar completamente presente en el trabajo y ofrecer lo mejor de mí a las personas que me rodeaban.

En ese instante me acerqué a mi amigo y le pedí que me prestara un par de guantes. Una vez que trajo algunos de la casa y me los puse, de repente, la mañana comenzó a mejorar. Mientras mi hijo y yo plantamos fila tras fila, forjando nuevas amistades con aquellos que plantaban a nuestro lado, me sentí llena de gratitud por los regalos del aire fresco, del sol y del trabajo compartidos que un día darían alimentos para muchos.

Después de plantar los dientes de ajo, todos nos quedamos parados disfrutando de tazas – socialmente distanciadas – de sidra de manzana y chocolate caliente bajo el aire fresco de la mañana. Con un brillo en los ojos, nuestro amigo extendió las manos como queriendo concentrar toda la granja y dijo: «¿Ves por qué digo que esto es magis?». Y con una sonrisa y un movimiento de mis cálidos dedos le dije con toda sinceridad que sí, que podía imaginar lo que quería decir.

Shannon K. Evans es autora de “Embracing Weakness: The Unlikely Secret to Changing the World.” Sus escritos han sido publicados en las revistas America y Saint Anthony Messenger, y en los portales web Ruminate, Verily, Huffington Post, Grotto Network y otros. Shannon, su esposo y sus cinco hijos viven en el centro de Iowa.