Por Patrick Saint-Jean, SJ
2 julio de 2020. — El racismo es un pecado que crece durante todo el año en los corazones de muchos. Estas semillas, que germinaron durante más de 400 años de odio y opresión, devastan a la comunidad negra cada vez que afloran. La epidemia de racismo en los Estados Unidos está matando lentamente al pueblo de Dios. Cincuenta estados y 18 países han participado en protestas para crear conciencia sobre esta epidemia.
El dolor y la ira de las últimas semanas nos llevan a preguntarnos: ¿Cómo podemos trabajar hacia el antirracismo en nuestros propios corazones, iglesias y países?
Ahora más que nunca, creo que la espiritualidad ignaciana es un medio importante para ayudar a cada persona que desea vivir con justicia, dignidad e igualdad, a buscar a Dios en medio de todo. A través de este examen, comenzaremos el trabajo del antirracismo examinando cómo el racismo sistémico influye en nuestras vidas y cómo practicamos el pecado del racismo.
En esta meditación analizaremos cómo nuestras acciones y privilegios contribuyen a la destrucción de la dignidad y la humanidad de la comunidad negra en los EE.UU.
Le pedimos a Dios que nos quite los velos de nuestros ojos que nos impiden ver completamente a las personas afrodescendientes. Abramos nuestros oídos para escuchar sus gritos. Reflexionemos y presentemos el fruto de estas reflexiones a Dios.
Escucha en ingles:
Comencemos con una conciencia de la presencia de Dios.
Toma conciencia de la presencia de Dios, siente su amor y compasión. Su amor por la creación es universal, abarca a los oprimidos y marginados. Observa la presencia de Dios, su amor por la creación en la comunidad negra, especialmente en este momento cuando las personas negras claman por justicia.
Pregúntate: ¿Cuándo no he notado o respondido a las necesidades de mis hermanos y hermanas de color? ¿Me he hecho de la vista gorda ante la injusticia racial? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿De qué manera mi inacción y mi sensación de miedo contribuyen directa o indirectamente a mantener esta estructura?
A medida que nos esforzamos por alcanzar el antirracismo, no solo debemos ver la presencia de Dios en las comunidades afroamericanas, sino también colaborar con nuestros hermanos y hermanas de dichas comunidades para hacer justicia.
Examina tu participación en prácticas racistas.
Ahora, repasemos nuestro día a través del lente del racismo. Revisa tus acciones y pensamientos con atención: ¿cómo se manifestaron el racismo o tus privilegios?
A menudo, nuestras acciones están guiadas por nuestros propios intereses o prejuicios personales, que pueden perpetuar el daño. Pero, a veces, vemos la injusticia y elegimos alejarnos diciendo: «no soy yo, no es mi lucha». La inacción es complicidad, y está mal.
Por ejemplo, ¿rechazaste las noticias sobre las protestas del Black Lives Matter? ¿Te quedaste en silencio cuando un familiar o amigo dijo algo ignorante o racista?
Como cristianos, debemos reconocer que hemos estado viviendo con el pecado del racismo durante cuatro siglos en nuestra Iglesia y, de hecho, nos beneficiamos directamente de este. También en nuestro sistema político, el poder se consolida entre los blancos. Los estadounidenses blancos están protegidos por un sistema de racismo y desigualdad que es inseparable de las leyes que promulgan. El racismo está ligado al ADN de este país.
Pregúntate: ¿Cómo he sido cómplice del sufrimiento de mis hermanos y hermanas de color? ¿Cómo me he beneficiado hoy del racismo social y sistémico? Piensa en la comunidad en la que vives, en las redes sociales a las que perteneces. ¿Cómo se ha excluido a los afroamericanos de esos espacios?
Reconoce la raíz del pecado del racismo en tu vida y aborrece verdaderamente tus tendencias pecaminosas, elecciones, acciones, pensamientos, decisiones, opresión e injusticias contra la comunidad negra.
Examina tus emociones.
Mientras revisas cómo has participado en el racismo, presta atención a tus sentimientos. ¿Te sientes molesto, enojado o incómodo?
Enfrentar el privilegio blanco y el racismo es un desafío. Soporta este malestar. Siente profundamente la difícil situación de tus hermanas y hermanos afroamericanos y reconoce tu subordinación a este sufrimiento.
Ora para ser bien orientado. Recuerda: tenemos la oportunidad de la transformación a través de la misericordiosa compasión de Dios.
Mira hacia adelante
El entorno tiene mucho que ver con la forma en que interactuamos entre nosotros, pero tu proximidad a la negritud no es suficiente para que seas antirracista. El antirracismo requiere capacitación activa y un aprendizaje continuo sobre el racismo sistémico.
Pregúntate: ¿Cómo puedo aprovechar mi privilegio para erradicar el racismo generalizado? ¿Cómo puedo usar mi privilegio para darle un espacio a las voces de personas negras y a otras comunidades de color? ¿Cómo puedo abrir mi corazón para dar espacio a la transformación hacia un amor más profundo al que Dios nos invita a todos?
Oración final
Señor, el racismo es un pecado social que ha echado raíces en el jardín de nuestros corazones. Necesitamos que nos conviertas, Señor, y purifiques nuestros corazones, para que podamos convertirnos en agentes diligentes que marchen con fe en la justicia, la esperanza, el amor, la sanación y la reconciliación para tu mayor gloria.
Es hora de abrazar a nuestros hermanos y hermanas de color, en lugar de quedarnos de brazos cruzados mientras son continuamente asesinados por un árbol que necesitamos arrancar de raíz.
El racismo es pecaminoso y dañino para tu creación. Protege nuestros corazones contra esto y muévenos hacia adelante para proclamar el cambio.