Fue el hijo menor de una familia vasca de la nobleza extraordinariamente leal a la corona española (Fernando e Isabel). Lo llamaron Íñigo en honor a un santo local. Fue criado para ser cortesano, y trató valientemente de defender la ciudad fortaleza de Pamplona en 1521, cuando una bala de cañón le destrozó una pierna. Durante su larga convalecencia, se alejó de los romances de caballería que habían llenado su imaginación desde su niñez y se sintió atraído hacia lecturas más espirituales: una vida ilustrada de Cristo y una colección de vidas de santos.
Después de su recuperación, viajó a la Tierra Santa para hacer realidad su sueño de “convertir a los infieles”. En el camino se detuvo en el pueblito de Manresa*, y terminó viviendo allí casi un año, durante el cual experimentó tanto la desesperación más profunda como grandes momentos de iluminación.
Se vio obligado a marcharse de Palestina tras estar allí poco más de un mes, y decidió que necesitaba educarse para poder “ayudar a las almas”. En Barcelona, asistió a la escuela con jóvenes a los que les cuadruplicaba la edad para aprender los rudimentos de la gramática latina, y luego continuó sus estudios en otras ciudades universitarias españolas. En cada una fue encarcelado e interrogado por la Inquisición, porque continuaba hablando a la gente sobre “materias espirituales” sin tener un título en teología ni haber sido ordenado como sacerdote. Finalmente, dejó atrás su tierra natal y se marchó a la universidad más destacada de la época, la Universidad de París, donde comenzó de nuevo su educación con gran diligencia, y cinco años más tarde finalmente obtuvo el título de “Maestría en Arte”. Fue aquí en París que cambió su nombre vasco por el nombre equivalente en latín, Ignatius, y su equivalente en español, Ignacio.
Durante su tiempo en la Universidad, fue compañero de cuarto y buen amigo de un paisano vasco llamado Francisco Javier* y un saboyano llamado Pedro Fabro*. Después de su graduación, los tres, junto con otros graduados de París, emprendieron un proceso de discernimiento* en común y decidieron unirse en una comunidad apostólica* que se convirtió en la Compañía de Jesús. Ignacio fue unánimemente elegido superior por sus compañeros, y pasó los últimos 16 años de su vida en Roma dirigiendo la joven orden, mientras que los demás viajaron por toda Europa y el Lejano Oriente hasta llegar al Nuevo Mundo. Y dondequiera que iban fundaban escuelas como una manera de ayudar a las personas a “encontrar a Dios en todas las cosas”.