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Historias

Ignaciana todos los días es una serie mensual de Shannon K. Evans, escritora y madre de cinco hijos, que vive en Iowa, y que a través del lente de la espiritualidad ignaciana narra momentos de gracia en medio de su caótica vida diaria.

La mujer de 30 años lloraba sobre el hombro de su madre. Desesperada por trazar un nuevo rumbo en su vida, Toula anhelaba inscribirse en una clase de negocios en su universidad local, pero su muy tradicional padre griego no quería ni oír una palabra al respecto. No te preocupes, tranquiliza la madre a su hija adulta: Ella haría cambiar de opinión a su marido. Después de todo, «el hombre es la cabeza [de la casa], pero la mujer es el cuello y puede girar la cabeza como quiera».

Yo era una joven estudiante universitaria cuando Mi gran boda griega llegó a los cines y, casi 20 años después, todavía recuerdo esa icónica escena de la película. Y no soy la única: Madres e hijas de todas las edades y etnias pueden recordar esa ingeniosa frase y la forma en que aullaron con risas cómicas cuando la escucharon. Lo que pretendía ser una simple escena cómica encapsulaba perfectamente el dolor universal de la posición femenina subordinada, y el ingenio de las mujeres para encontrar formas de mantener el poder como sea.

Mi estructura familiar no es tan abiertamente patriarcal como la de esta familia griega tradicional, pero como la mayoría de las mujeres, he sentido el sexismo sistémico que recorre nuestra sociedad y que a lo largo de la historia ha dado forma a la educación, la familia, las iglesias, las empresas y el gobierno. En respuesta a esta desigualdad, yo también tiendo a buscar un sentido de agencia a través de la manipulación y el control sutiles (o no tan sutiles), no como las mujeres del filme Mi gran boda griega. Pero una cosa es reírse de la carismática madre de Toula en la pantalla y otra muy distinta es admitir cómo el anhelo de esta agencia se manifiesta como manipulación en mis propios comportamientos. Reconocer esas tendencias indeseables no es un esfuerzo divertido, pero es necesario para crecer.

Escribí al respecto en mi libro Rewilding Motherhood [Reconstruyendo la maternidad], donde expresé cómo la espiritualidad ignaciana ha sido una práctica importante para ayudarme a mantener la manipulación bajo control y utilizar la honestidad y la claridad en el lugar debido. Hacer una evaluación diaria de mis deseos, frustraciones y respuestas emocionales me ayuda a recordar que debo vivir abierta al Espíritu y reconocer que no necesariamente sé lo que es mejor para otra persona. Pero lo que más me gusta de la oración ignaciana es que no sólo me recuerda que debo practicar la entrega, sino que también me ayuda a profundizar y examinar por qué me aferro al control o a la manipulación en primer lugar.

Aunque el deseo de control es un rasgo universalmente humano, parece ser una batalla interior más pronunciada para las mujeres. Hay una razón por la que existen estereotipos como el de la «madre helicóptero», una razón por la que palabras como «asfixiante» y «manipuladora» se aplican más a menudo a las mujeres que a los hombres, una razón por la que somos el blanco de agrias bromas maritales sobre «la vieja bola y la cadena». ¿Podría ser que nuestro deseo de control tenga su origen en nuestros sentimientos reprimidos de impotencia?

San Ignacio creía que nuestra relación con Dios no debía quedar exclusivamente entre nosotros y Dios, sino que debía salir al mundo y provocar un cambio real. Así que cuando la oración revela un problema que va más allá de nosotros como individuos, Dios nos llama a levantarnos y a hacer algo con respecto a ese problema. Como mujer que actúa a nombre propio y a nombre de otras mujeres, eso significa asegurarse de que nuestras voces y perspectivas sean escuchadas, negarse a aceptar la representación desigual y abogar por el poder de decisión de las mujeres en todos los niveles de la sociedad. Cuanto más se restablezca nuestra capacidad de acción, más fácil será renunciar a un control malsano; porque cuando se nos da el poder de forma justa, no hay necesidad de ingeniárselas para conseguirlo.

De todos modos, si quiero vivir en verdadera libertad interior, el ejercicio de dejarlo ir debe convertirse en una práctica espiritual interior. Por mucho que los sistemas deban cambiar, esas cosas no pueden, en última instancia, cambiar mi propio corazón. Esa es mi responsabilidad. La espiritualidad ignaciana me llama a la indiferencia: el profundo y continuo trabajo interno de soltar mi deseo de control.

Según la definición de Ignacio, la indiferencia no significa que elijamos no preocuparnos o que no nos afecte emocionalmente la lucha; significa que aceptamos que hay una sabiduría cósmica mayor que la nuestra. Aunque es correcto y bueno hacer todo lo que esté en nuestra mano para dar a nuestros seres queridos y a nosotros mismos lo mejor que podamos, nuestro poder sólo llega hasta cierto punto. Tratar de controlar a todas las personas y situaciones sólo genera toxicidad. Ellos necesitan ser libres, y ellos necesitan que nosotros seamos libres.

Al final, no hay ningún atajo para permanecer de por vida. Ser humano es un esfuerzo arriesgado. Es arriesgado amar a las personas y estar en relación con ellas, es arriesgado atreverse a soñar con una sociedad más justa. Dejar de insistir en el control es aceptar convertirse en un ser humano plenamente vivo y dejar que los seres humanos que amamos también lo estén. Es una de las cosas más valientes que podemos hacer. Pero con la gracia de Dios y la libertad que dan una vida de oración, estaremos a la altura del desafío.

En Mi gran boda griega, la matriarca convenció a su marido para que permitiera a su hija cursar estudios universitarios. Pero lo más importante es que, a lo largo de la película, Toula se convierte en una mujer capaz de decir claramente lo que piensa, de marcar los límites necesarios y de mantenerse firme en sus convicciones. A medida que se va encontrando a sí misma y a su propia voz, asistimos a una redistribución del poder en la familia, que permite a los individuos encontrar un poco más de libertad interior y una relación más sana con el control, sin necesidad de dar vueltas por la cabeza de los demás.

Shannon K. Evans es autora de “Embracing Weakness: The Unlikely Secret to Changing the World.” Sus escritos han sido publicados en las revistas America y Saint Anthony Messenger, y en los portales web Ruminate, Verily, Huffington Post, Grotto Network y otros. Shannon, su esposo y sus cinco hijos viven en el centro de Iowa.